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El legado espiritual de Ignacio Domeyko

Revista Humanitas n° 81, en circulación, publicó un extracto de esta obra del ex embajador Zdzislaw Jan Ryn, que aquí reproducimos con una introducción de Pablo Domeyko.

Por: | Publicado: Viernes 17 de junio de 2016 a las 04:00 hrs.
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La vida del científico Ignacio Domeyko Ancuta despierta el interés no solo de historiadores e intelectuales, sino también del lector corriente que se siente atraído por este personaje aventurero, firme en sus convicciones religiosas, y generoso hacia su país de adopción. El profesor Zdislaw Jan Ryn, ex embajador de Polonia en Chile, presenta en este estudio una recolección de textos y correspondencias de Domeyko. La obra deja para la posteridad la interpretación de centenares de documentos, muchos de ellos desconocidos para los chilenos por estar escritos en polaco.

Ignacio Domeyko fue un “embajador” de la cultura europea de su época. Con su amplia formación universitaria buscó lo mejor para aportarlo a Chile, lo plasmó con su trabajo a través de la educación reformada por él desde la básica hasta la técnica y la universitaria, sosteniendo una labor desinteresada y constante durante 44 años. Su informe sobre la Araucanía y sus habitantes modificó, por ejemplo, la visión que existía en el país sobre el pueblo mapuche, con consecuencias prácticas en cuanto a un trato más humano hacia el pueblo araucano.

Su obra fue extensa y apreciada y contribuyó sustantivamente al desarrollo moral e intelectual de Chile en el siglo XIX. San Juan Pablo II, durante su visita a Chile en año 1987, se refirió al ilustre científico y humanista polaco diciendo: “Domeyko fue un ‘regalo’ particular de la nación e Iglesia polacas para Chile, para la Iglesia y la nación chilena (…) El destino permitió que Chile se enriqueciera con su pensamiento, su obra y su descendencia”. Por su talento y sus largos años de trabajo fue un positivo creador en la historia de Chile.

Ignacio Domeyko nace en Lituania, bajo la ocupación militar rusa, en el dominio de Niedzwiadka, el 31 de Agosto de 1802, en una familia perteneciente a la antigua nobleza lituana. Su familia poseía extensas tierras, sin embargo Ignacio queda huérfano de padre a los siete años y por motivos económicos debe ser separado de su madre y vivir con su tío Ignacio en el dominio de Ziburtowszczyzna. De niño, tiene un preceptor francés y estudia humanidades durante cuatro años con los padres Escolapios. A los 16 años ingresa a la antigua Universidad de Vilna.

Los mejores alumnos, Ignacio el más joven, forman dos círculos secretos, los Filomates y los Filaretes, no para alzarse militarmente contra los rusos, cosa imposible para ellos, sino para salvar y fomentar la cultura polaca. El fondo de la guerra contra Moscú es cultural y religioso, y tienen siempre la esperanza de que en el mediano o largo plazo Polonia recuperara su libertad, lo que ocurrió después de sus vidas, en 1918. A causa de esta confrontación, como otros colegas a distintos destinos, Ignacio es relegado en Ziburtowszczyzna donde permanece leyendo y estudiando durante siete años.

Ignacio fue un humanista apasionado por la ciencia y un católico fervoroso, así como respetuoso de aquellos que no creían como él. Además de su idioma natal, dominaba perfectamente el francés, el latín y el alemán, y posteriormente el castellano y el inglés escrito. Amaba la música, tocaba el piano, tenía gran sentido estético, dibujaba y gustaba de pintar. Tenía una notable capacidad para la observación de la naturaleza, de las personas y para analizar diversas situaciones humanas. Desde su niñez ansiaba viajar y miraba todo con los ojos de un cristiano que no manifiesta rencores aunque, sí es un crítico constante de los excesos e inconsistencia de las acciones de muchos revolucionarios liberales. Por su personalidad es un gran romántico y un exponente del siglo XIX. Amó siempre apasionadamente a los suyos y a su patria a la que suspira desde Chile.

Después de la revolución de 1831 contra la dominación rusa, logró salir del campo y llegar a París. Allí nuevamente comenzó a estudiar a la edad de 29. Durante cuatro años abordó todos los ramos de la ingeniería de minas, especialmente la geología y la química de la mineralogía, así como la astronomía y la meteorología. En su exilio en París trabaja en favor de la emigración polaca, tarea que lo obsesiona durante muchos años y donde tiene la oportunidad de tratar con el marqués de Lafayette.

Trabajaba ya en Alemania cuando se le abre la oportunidad de trasladarse a Chile el año 1938. Sus cordilleras llenas de minerales le abren un nuevo mundo, donde desarrolla intensa actividad durante 44 años, y donde encuentra el amor, la familia y el reconocimiento público de un país agradecido. Es el segundo Rector de la Universidad de Chile, que sigue tras breve ínterin a Don Andrés Bello.

Regresa a Polonia en 1882 para reencontrarse con sus raíces, y parte de su familia, así como para terminar la educación de sus hijos. Finalmente, retorna a Chile en 1886, donde fallece a los pocos meses y es enterrado junto a su mujer chilena.

Con su profunda religiosidad, Domeyko logra mostrar una visión iluminada de la ciencia, junto a la metafísica, la filosofía y la teología. Tras sus observaciones, nunca se aprecia el orgullo personal sino más bien, frecuentemente, la admiración por la obra de Dios. A pesar de los sufrimientos que lo acompañan durante el exilio, no se ven en él rasgos de amargura, sino que es siempre positivo y exhorta a tener paciencia y confianza en la divina Providencia. Esta misma entrega en las manos de Dios hace de él una persona de gran modestia, moderación, generosidad, falta de ambición. En su oración diaria ruega a Dios para que siempre haga su voluntad.

A pesar de su origen extranjero y de su larga vida universitaria, nunca concitó la envidia ni la malquerencia de sus colegas. Fue reelegido cuatro veces como Rector de la Universidad de Chile. Por su parte, el Gobierno de Chile le concedió la ciudadanía y la naturalización por gracia y le encomendó innumerables trabajos que cumplió siempre con creces. En sus años en el Norte, fue el árbitro supremo de todos los engorrosos litigios mineros. Capítulo aparte fue el viaje a la Araucanía, tras el cual, con espíritu cristiano y científico, analiza la situación de los araucanos recomendando al gobierno de Chile defender a este pueblo y asimilarlo al país por medio de una inmigración en lo posible de colonos alemanes católicos.

El profesor Zwzislaw Jan Ryn nos compromete a una tarea: él tiene fe en que algún día, Ignacio Domeyko llegue a ser un nuevo santo en la Iglesia Católica, el tipo de aquellos laicos que dieron un ejemplo testimonial sin renuncias, que cumplieron con la voluntad de Dios, que aceptaron la cruz en la circunstancia en que le tocó vivir, y que santificaron su vida diaria con el riguroso cumplimiento de su deber por amor al prójimo y a Dios.

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